Tempestad

Por: Amalia Darién

A Beatriz

Adorna la mañana su nube triste llena de emociones pasajeras, busca entre caminos y veredas, las cosas que ahora ya no son tan importantes, ni para ti ni para mí.

Se escucha el grito fervoroso de libertad entre las montañas, es el trueno lleno de angustia.

Y mis ojos, son parte de ese panorama anochecido, oscuro lleno de ráfagas que alborotan las espinas enterradas del ayer. No puedo negarte, tempestad, lo feliz que haces a la naturaleza cuando te desvistes insaciable encima de los árboles con sus nidos virginales.

Y dijo entonces el horizonte a las nubes: ¿Quién quisiera tocar la palma con la que me haces germinar, hija del placer y la nobleza? ¿Quién, sino tú, que recuerdas que el calor no lo es todo? Con tu aire y azote bajo los montes, todos te llamamos al son de las aves peregrinas, y las bestias se adormecen ante tu llegada.

Llenas los estanques y haces que los peces jueguen al sonido de tu paso, se pierden, se enloquecen… Y los amantes, los paraguas, los niños, se reflejan con lo que dejas en tus lágrimas cristalinas.

Empezó la lluvia…era tibia, el rayo pincelaba el fondo con su tono azul plata y el día del alumbramiento se corono como años de martirio, de tu nombre se renombran otras cosas, el fino metal que unieron las manos en un rezo silencioso; que del mismo rezo a las manos al aire ahora resuenan canciones de protesta.

Dormida en mi propio brazo, Sé que cuando despierte ella se habrá ido, volaran otras aves y tu retornaras en nuevas nubes, viento y tormentas.

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